Pasa el tiempo y es como despertarse y ver las cosas tal como son: no tanto (o ningún) brillo en lo brillante y no tan oscura la supuesta oscuridad. Como la segunda vez que se entra a un lugar que la primera vez fue un ensueño. O como cuando se descubre un rictus horrendo en esa cara que parecía tan hermosa o una súbita belleza en la que parecía tan olvidable. Vivir el presente con las epifanías del futuro no tendría quizá tanta gracia, pero al menos amortiguaría el sufrimiento. Por suerte llega un momento en que uno aplica el saber acumulado. Contra lo que tanto se dice en un absurdo afán de defender el invernadero del romanticismo, la pérdida de la inocencia es hermosa y el endurecimiento, el verdadero paraíso.
1 comentario:
Es que tu no endureces, niña... sólo te añejas en el mejor de los sentidos.
Saludos salameros,
M. (de MásSalameraQuelSalameMilán)
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