El día es raro; entrego por fin el dichoso libro y revivo, después de varios meses, el instante de felicidad en el que se decide dormir una siesta. Hacia las cinco, el plomero Luis suelda el caño-manantial que me dejó varios días sin agua caliente, y después me habla de sus cuadros chinos, de algo así como el "afuera" y los platos voladores, y de una idea para que la gente se cope en pagar el monotributo. Me cuesta seguirlo porque la imagen de los cuadros chinos me recuerda un cuello tatuado que de repente se torna siniestramente legible. Más tarde salgo a comprar puchos, y la perra Pepa, puropresenteabsoluto, se deja timonear bien con la correa. Claro, es que tiene la suerte de olvidar al instante lo que pasó en el segundo anterior. Para qué recordarlo, si el segundo siguiente le traerá muchos y deleitantes meos nuevos para oler hasta el hartazgo o hasta que se le termine la vereda. Hacia la noche lo veo al bueno de Heller teniendo que soportar que lo entreviste un idiota de capa y espada. Y así se viene, así es la que se viene. Quizá no esté tan mal ese asunto del afuera y los platos voladores. ¿Habrá alguna parada cerca?
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