Viajaba yo ayer en un subte A signado por su letra escarlata, semivacío, casi escandinavo, donde nadie se empujaba y todos obedecían a la nunca bien ponderada consigna rutera de CEDA EL PASO. La cantidad de barbijos era discreta, apenas dos, modelo rígido –de esos que dan cara de chanchito– llevados por madre e hijo respectivamente, malentendido en cierto modo comprensible. Mientras la madre hablaba por teléfono, el nene –¡horror!– mordía la cara infectada de su implemento protector, porque los niños juegan, o bien se resisten a las medidas sanitarias de intepretación errática y paranoide por parte de una ciudadanía proclive al susto. Fue un viaje agradable que me permitió leer y hasta subrayar con lapicito.
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