domingo, 10 de mayo de 2009

Doloríada

Es un dolor en pedacitos.

Es un dolor que trae otros dolores, como un diálogo entre perros distantes que se contestan de una casa a otra cuando la noche empieza a caer. El alma como un barrio lleno de ladridos de dolor.

Es un dolor de oruga que teje un capullo invisible. En un descuido, la mariposa asoma por los ojos secos y revela durante un instante fugaz el secreto celosamente guardado: el agujero sin fondo de la tristeza.

Es un dolor antiguo que vuelve cada tanto, como un libro milenario que siempre se reedita con más páginas, revisado, corregido y aumentado, con un prefacio nuevo, con un fárrago adicional de insidiosas e indeseadas notas al pie.

Es un dolor que siempre está ahí, como los bichos bajo la piedra olvidada en el jardín: cuando la piedra se levanta, ellos caminan a ciegas, sin destino, negros y resbalosos, desorientados, desprotegidos, destechados de repente, en un zigzag frenético, en torpe búsqueda de una nueva oscuridad.

Es un dolor que se adormece de repente y desaparece hasta nuevo aviso, como si no dejara huellas, como si no hubiera estado nunca. Hasta nuevo aviso.