domingo, 11 de octubre de 2009

Endominguecer de una semana agitada


La jornada del viernes fue épica. Amanecer en el Congreso con una banda de compañeros multigeneracionales y felizmente trasnochados me recordó bellos instantes de los ochenta, pero en realidad no tuvo precedentes biográficos porque el aguante y el festejo se apoyan ahora en una tierra considerablemente más firme. Poguear el himno después de escuchar a Pichetto, ovacionar a Mariotto entre medialunas y cruzar la plaza ya de día con la troupe restante, que llenaba un bar nada pequeño, no tuvo –como decía una de las publicidades más delicadamente capitalistas de los últimos tiempos– precio.
Al día siguiente, dormí y trabajé a intervalos irregulares para terminar el día con una delicia a la parrilla en grata compañía. Lamentablemente TN seguía ahí, así que no me privé de regodearme con el goce en el sufrimiento de unos breves pantallazos, entre siestas extemporáneas y tecleado. Hoy endominguezco tranquila. La felicidad no inspira la pluma del neurótico y la semana que viene será otra.

lunes, 24 de agosto de 2009

Golazo almafuertino



El viernes pasado estaba tan oficialista que casi miro un partido de fútbol, yo que sólo miro los partidos de Argentina en los mundiales. Cierto es que supe detestar el fútbol cuando intentaba tallar a los hachazos mi identidad femenina, quizá movida por la envidia que me despertaba el fervor de sus seguidores. Pero hace tiempo que lo considero el deporte más lindo (el único en mi caso) para mirar por TV (aunque sólo lo mire en buena compañia...). Y me importa que se pueda mirar por TV porque me importa que le importe a tanta gente y, además, ese entusiasmo fervoroso que antes me despertaba envidia de algún modo se me contagia. Pero lo que más me gusta de esta nueva y espectacular medida del gobierno es que una vez más se ha puesto en evidencia esa impronta almafuertina del peronismo kirchnerista. Así dijo Almafuerte:

¡AVANTI!

Si te postran diez veces, te levantas
otras diez, otras cien, otras quinientas:
no han de ser tus caídas tan violentas
ni tampoco, por ley, han de ser tantas.

Con el hambre genial con que las plantas
asimilan el humus avarientas,
deglutiendo el rencor de las afrentas
se formaron los santos y las santas.
Obsesión casi asnal, para ser fuerte,
nada más necesita la criatura,
y en cualquier infeliz se me figura
que se mellan los garfios de la suerte…
¡Todos los incurables tienen cura
cinco segundos antes de su muerte!

No te des por vencido, ni aun vencido,
no te sientas esclavo, ni aun esclavo;
trémulo de pavor, piénsate bravo,
y arremete feroz, ya mal herido.
Ten el tesón del clavo enmohecido
que ya viejo y ruin, vuelve a ser clavo;
no la cobarde estupidez del pavo
que amaina su plumaje al primer ruido.
Procede como Dios que nunca llora;
o como Lucifer, que nunca reza;
o como el robledal, cuya grandeza
necesita del agua y no la implora...

A la cobarde estupidez del Cobos… perdón, del pavo, y de tanto exégeta unidimensional del mensaje de las urnas; a tanta afrenta rencorosa de patrones de estancia habituados a salirse con la suya que se llenan la boca con la palabra pobreza pero paran el país antes de largar un cobre, de tanta clase media que siempre supo escandalizarse porque en las villas había antenas de televisión, de tanto político que históricamente ha amainado el plumaje ante el primer ruido y de tanto alarmoperiodista que cacarea palabras de más y palabras de menos desde supuestas cornisas a horas supuestamente clave, el gobierno, sacudiéndose el polvo de la ventiochojotésima caída, les ha metido otro golazo de aquellos. Y de taquito. Segundo tiempo, el jueves.

domingo, 9 de agosto de 2009

El gorila ofendido


El gorila se ofende cuando se canta en público la marcha peronista. Pero no es ese el rasgo más peculiar del personaje en cuestión. Lo más inaudito es su acérrima convicción de que le asiste un derecho irrenunciable a ofenderse y a pedir justificaciones cuando suena el insuperable hit de la política argentina. Si no, no se vería al acartonado Aguinis entregándose con tanta presteza a la derrota en un debate televisivo por insistir en que se le brinde una explicación tan absurda.

Yo vengo de una familia gorila. El gorilismo familiar tuvo un acontecimiento fundante: mi abuelo materno, un personaje entrañable por su inteligencia, ingenio y sentido del humor, al parecer estuvo preso durante uno de los primeros gobiernos de Perón. Creo que en mi familia nadie sabe o recuerda si mi abuelo estuvo preso un ratito, unas horas, unos días o un mes. Y también creo que a nadie le importa mucho, porque el acontecimiento fundante es apenas una excusa, un marco propicio adonde acomodar un ideario que de otro modo no resistiría el análisis. De todas formas, el gorilismo de mi abuelo es el único de la familia que, sin compartir, siempre he respetado. Mi abuelo odiaba a Perón porque odiaba a los militares, y en Perón veía a un militar que había sabido ganarse al pueblo. Y un militar, en el contexto ideológico de mi abuelo, no podía significar nada bueno. Creo que de no existir ese sesgo entendible por el horizonte de época, esa generalización que se funda en un argumento más o menos razonable, mi abuelo habría sido un magnífico peronista. Un Aníbal Fernández de los cuarenta.

Cuento que vengo de una familia gorila porque ese entorno temprano me proveyó de invaluables herramientas para comprender un aspecto fundamental de los sucesos argentinos. Conozco al dedillo y desde adentro, por haberlos mamado desde mi más tierna infancia, los "argumentos" gorilas. Y si bien desandar la tradición gorila fue una tarea ardua y prolongada, puedo decir que finalmente lo he logrado, y que los últimos tiempos tuvieron la infinita amabilidad de proporcionarme el último y definitivo empujón.

Cuando vi a Mr. Pretentious Aguinis emperrado en su infantil autoderrota, recordé algunas discusiones pertinentes con amigos gorilas que la vida, no contenta con la instrucción temprana que me había brindado, supo regalarme más tarde con gran generosidad didáctica. Es difícil discutir con los ofendidos en general, he de decir, pero con éstos lo es aún más, porque el sentimiento de ofensa les llegó con la leche de la teta materna. Y ese alimento, ya lo contaba antes, o bien se resiste con uñas y dientes a la excreción final, o bien se asimila y pasa a formar parte del organismo. Además, la situación inversa, es decir, la actitud de un peronista que escucha la marcha radical, por ejemplo, en un restaurante o una oficina, suele ser la risa, la sorna o el afán de lucirse con la marcha propia, que le gana por goleada.

Una de las amigas que mencionaba antes terminó por reconocer que la larga, represiva y sangrienta proscripción del peronismo, precedida de indefendibles bombardeos, restaba toda legitimidad argumentativa a su sentimiento de ofensa. Si quería ofenderse podía hacerlo, pero ya no contaba con argumentos honestamente válidos que sustentaran su posición. Por suerte, no todos los gorilas son cristovencedores, y a algunos incluso les da cierta cosita saberse del lado de quienes emplean conceptos de tanta banalidad o cinismo teóricos como los de "tirano prófugo", "aluvión zoológico" o "esa mujer". Decía entonces que esta amiga debió deponer sus argumentos. Y sí, por mucho que le pese a ella o a cualquier otro gorila, el antiperonismo es fundamentalmente un sentimiento. Y andá a defenderlo si podés.

viernes, 7 de agosto de 2009

La palabrita



clarín
(De claro).

1. m. Instrumento musical de viento, de metal, semejante a la trompeta, pero más pequeño y de sonidos más agudos.

2. m. Registro del órgano, compuesto de tubos de estaño con lengüeta, cuyos sonidos son una octava más agudos que los del registro análogo llamado trompeta.

3. m. Persona que ejerce o profesa el arte de tocar el clarín.

4. m. Tela de hilo muy delgada y clara que suele servir para vueltas, pañuelos, etc.

5. m. Mil. Trompeta pequeña usada para toques reglamentarios en las unidades montadas del Ejército.

6. m. Chile. guisante de olor.

~ de la selva.

1. m. Méx. Cierta ave canora.


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martes, 21 de julio de 2009

El fantasma del patriarca

¿Por qué habrá pegado tanto, pero tanto, el discurso anti-Cristina? No quiero hablar aquí de quienes ya se sabe que dicen A, B o Z porque tienen X intereses. Tampoco quiero negar la necesidad de hacer autocrítica, porque autocrítica hay que hacer casi siempre, y especialmente en momentos críticos.

Hoy quiero hablar de otras cosas, menos coyunturales, más viscosas y profundamente ancestrales. Quiero hablar del treintañero JM que cree que los montoneros son una organización actual liderada por el profesor Neurus. Quiero hablar del taxista prototípico, intoxicado de Radio 10. Quiero hablar de la doña Merceditas que blande el cartelito de puta montonera. Quiero hablar de la rubia del colectivo lagente que se inventa un barbijo con el cuello rosa de la polera apenas estornudo detrás de ella en la cola del 55. Quiero hablar de alguna gente querida que no ha elegido desandar el gorilismo familiar.

Y quiero hablar de algo que subyace y sostiene esta mescolanza que se embarulla en la vida cotidiana: quiero hablar de los patriarcas que han superado en supervivencia a la cucaracha, pero también, y especialmente, de las mujeres que han absorbido, producido y reproducido el discurso del patriarca, que lo difunden en línea horizontal y descendente, que lo encarnan con furia y lo defienden como el último bastión de la dignidad que han sabido conseguir.

Estoy hablando de hombres que azotan y truenan por frustración y temor y de mujeres que odian y envidian por temor y frustración. Estoy hablando de algo que, junto a la ignorancia voluntaria, ha sido un componente fundamental en la consolidación del gorilismo autóctono y la zoncera del medio pelo.

Sí, un fantasma recorre la Argentina: es el fantasma del patriarca. Detrás de muchos discursos irreflexivos, epidérmicos, químicos y de florecimiento espontáneo habla ese fantasma, vivo y robusto ya bien entrado el siglo veintiuno, para determinar qué mujeres pueden intervenir en los destinos del país y cómo deben hacerlo.

Esa mujer tendría que haber aprendido de la Gabi, que no intenta expresar sus convicciones con palabras y hechos contundentes sino que se abre paso a puro mohines de chica frágil, insospechados de haber tomado contacto con el barro indeleble de la política (que en el fondo sigue siendo cosa de hombres). Tendría que haber aprendido de la Carrió, que puede ser odiosa y –ella sí– soberbia, porque encaja con uno de nuestros arquetipos favoritos, el de la bruja chupacirios, y de última, dada su performance hilarante, si no jugara para nosotros podríamos tildarla de loca y asunto concluido. Tendría que haber aprendido de la Chiche, que hace gala de su obediencia conyugal, como corresponde a toda mujer y en especial a la mujer de un capanga. Tendría que haber aprendido de la Merkel, que por lo menos es "uropea", compra tanques para que juguemos a la guerra y se viste decentemente como un señor. Tendría que haber aprendido de la Bush, que difunde el ideario de quedarse en la casa como corresponde a una dama. Pero no aprendió, y ahora a los patriarcas de la patria nos resulta más fácil darle su merecido. Porque si hay algo que manejamos (y compartimos) bien, es la nunca bien ponderada idiosincrasia del argentino medio.

Esa mujer –a una mujer que molesta ustedes le dicen "esa mujer"–, esa mujer es un lujo, señoras y señores, y no es el primero que nos damos, como ustedes bien lo saben.

Les hizo salir las entrañas por los ojos cegados de odio ancestral y macho (a ustedes, chicas obedientes, también). De ahí la fábula urgente del doble comando.

Los surtió con un cross a la mandíbula y un bello carterazo vouitton de peronismo auténtico. De ahí la insistencia en la coquetería y los accesorios.

Los hizo sentir un porotito de soja, y no en el sentido de lo que vale el porotito en el mercado. De ahí los epítetos clásicos para etiquetar a las descendientes de Lilith.

Lástima que les haya salido tan bien eso de sintonizar con el goce de lagente. Y lástima que, con su último hallazgo, el de la flamante pospolítica millonaria, también les haya salido tan bien eso de sintonizar con el goce popular. Goce este último que, vaya uno a saber o sepa uno bien por qué, en los tiempos que corren ya no parece ser – mayoritariamente– el que en otro tiempo fue.

viernes, 17 de julio de 2009

El hombre resbaloso (lo que escribí aquella madrugada)

*
A eso de las cuatro y veinte, el hombre resbaloso, el hombre-cobos, bifronte como Jano, tembló frente al micrófono. Su respiración se oyó en cientos de casas y en un par de plazas, amplificada por la avidez de una madrugada tortuosa.

No se animaba a decir la maldita palabra (y no la dijo: apenas la tradujo en un rodeo amedrentado) que muchos dicen lo instaló en la Historia. Y lo instaló en la Historia, sí, pero en la misma historia de siempre, sólo que con un poquito más de espectacularidad... prestada.

Sí, todo era prestado: la espectacularidad, el momento histórico, los 15 minutos de fama. Si el hombre hubiera tenido algo azul, su boda sáurica se habría imbuido también de buenos augurios. Porque algo nuevo tenía (reinstalaba lo viejo con una nueva estacada) y tenía mucho del usado, recalcitrantemente renovado, exultantemente viejo destino de estos parajes. (Ahora que lo pienso, seguramente el traje era azul. Claro, quién se iba a fijar en el traje. Si el hombre hubiera sido Cristina, alguien se habría fijado en la cartera.)

En otro lugar de la ciudad, unos gordos de atuendo caro y estudiadamente autóctono confundían himnos nacionales con mojigatos avemarías y defensa de la cuenta bancaria con heroísmo cívico. Los gordos se abrazaron como quien festeja el final de un campeonato reñido. Habían ganado por penales con la complacencia del arquero contrario. Habían ganado lo que nunca, por esas putas malsanidades de la historia, terminan de perder.

*La imagen es de Derek Dice

jueves, 9 de julio de 2009

La gripa civiliza

Viajaba yo ayer en un subte A signado por su letra escarlata, semivacío, casi escandinavo, donde nadie se empujaba y todos obedecían a la nunca bien ponderada consigna rutera de CEDA EL PASO. La cantidad de barbijos era discreta, apenas dos, modelo rígido –de esos que dan cara de chanchito– llevados por madre e hijo respectivamente, malentendido en cierto modo comprensible. Mientras la madre hablaba por teléfono, el nene –¡horror!– mordía la cara infectada de su implemento protector, porque los niños juegan, o bien se resisten a las medidas sanitarias de intepretación errática y paranoide por parte de una ciudadanía proclive al susto. Fue un viaje agradable que me permitió leer y hasta subrayar con lapicito.

miércoles, 8 de julio de 2009

Cuadros chinos

El día es raro; entrego por fin el dichoso libro y revivo, después de varios meses, el instante de felicidad en el que se decide dormir una siesta. Hacia las cinco, el plomero Luis suelda el caño-manantial que me dejó varios días sin agua caliente, y después me habla de sus cuadros chinos, de algo así como el "afuera" y los platos voladores, y de una idea para que la gente se cope en pagar el monotributo. Me cuesta seguirlo porque la imagen de los cuadros chinos me recuerda un cuello tatuado que de repente se torna siniestramente legible. Más tarde salgo a comprar puchos, y la perra Pepa, puropresenteabsoluto, se deja timonear bien con la correa. Claro, es que tiene la suerte de olvidar al instante lo que pasó en el segundo anterior. Para qué recordarlo, si el segundo siguiente le traerá muchos y deleitantes meos nuevos para oler hasta el hartazgo o hasta que se le termine la vereda. Hacia la noche lo veo al bueno de Heller teniendo que soportar que lo entreviste un idiota de capa y espada. Y así se viene, así es la que se viene. Quizá no esté tan mal ese asunto del afuera y los platos voladores. ¿Habrá alguna parada cerca?

martes, 16 de junio de 2009

Ser opositor

Por Horacio González *

En el vía crucis de las elecciones argentinas suele quedar invalidada la palabra del oficialista. Es cierto, defiende gobiernos, posiciones alcanzadas, contextos dados, ambientes previsibles, hechos consumados y, cuándo no, puestos y emolumentos, para insinuar una palabra antigua. Convengamos: poco agraciado es el papel del oficialista; su existencia parece extenuarse en la defensa de axiomas que descienden de vértices insondables que no podrían cuestionarse. Es cierto que la expresión oficialista y su contraparte –el opositor– surge del juego parlamentario y de un sistema previsible de turnos, como hablaba el finado Balbín. Democracia es previsibilidad y hasta aburrimiento, se dijo en los años ’80 para preservar el sistema de tandas que se permutan recurrentemente, como si fueran los tiempos de cosecha de las sociedades agrícolas.

Sin embargo, sería fácil refutar que el oficialista es un pobre profesional del acatamiento que venera la disciplina hacia una cima de un poder ineluctable. Max Weber fue bismarckiano pero no oficialista, y el concepto debería perder su pobre connotación peyorativa con sólo recordar que en la época de Salvador Allende no se podía designar meramente a sus colaboradores o partidarios. ¿Les diríamos oficialistas a quienes se inscriben en la esfera de gobiernos populares acosados por fuerzas superiores a ellos, que sin embargo se proclaman perseguidas o abusadas? No cabe duda de que lo verdaderamente elegante para la leyenda menor de la política es ser opositor. Cuando grandes fuerzas económicas, comunicacionales y técnicas son opositoras, cumplen al mismo tiempo el papel de defender sus intereses y de revestirse de la aflicción del perseguido. La palabra opositor no parece tener lastres, aun cuando la retengan poderosas financieras, redes de oscuros compromisos económicos con sus tentáculos comunicacionales y la pléyade de repetidoras mundiales.

Pueden presentarse como formas núbiles. Pura dádiva hacia las esperanzas que deben triunfar sobre los obstáculos de la burocracia estatal, de los medios de comunicación públicos, de las jugarretas de los peritos gubernativos en picarescas electorales. He aquí a los oficialistas, pegajosas tramas de opacidad. ¡Y los opositores, nada, puro encanto y fervor!

Por eso, si el opositor ve progresismo del lado del Gobierno, sólo puede ser falso; si percibe medidas igualitaristas, sólo pueden ser bribonadas; si nota el asomo de estatizaciones fundadas, sólo puede ser un ardid de último momento del plebeyismo desgonzado; si hay conflictos verosímiles y no arbitrarios con poderosas empresas, no serían más que apuestas vicarias del populismo, meras fichas puestas con la mirada en las encuestas o efluvios groseros de “chavismo”. Un módico espanto puede recorrer así las conciencias, sin mayores explicaciones. En cambio, el oficialista debe explicar, explicarse, desenrollar largas túnicas argumentales, saberse sospechado por la Fiscalía Global del Prejuicio. Su “lugar de enunciación”, le dirían al “oficialista”, está alcanzado por la sospecha ontológica.

¡Ah, mis amigos, nunca sean oficialistas, ni siquiera intentando críticas, observaciones para corregir el rumbo, independencia de criterio! Miren las hornadas inagotables de denunciantes, moralizadores de la “bella eticidad” (permítanme citar a Hegel). Se lucen en la investigación de los frágiles gobiernos con propósitos transformadores, por tibios o contradictorios que sean. De entrada, desde el ánfora sagrada del magno tribunal y por boca del locutor de turno, se arroja un recelo viscoso: “corrupción”. Sólo para comenzar a hablar. Nunca deben declarar la espesura de intereses que surgen de sus propias pautas diarias. ¿No son de la estirpe de los intocables, poseedores de la palabra canonizada, herederos de las pastorales que desean reeducar a una humanidad que, si quiere la mayoría de edad, debe consultar el noticiario de las 19 horas?

En mis justificables ensueños, hasta imagino que esos opositores deberían ser los merecidos oficialistas. ¿No nos damos cuenta de una venturosa paradoja? Debo decirla, no creo que sea un gran descubrimiento: ¡ellos, los llamados opositores, son los verdaderos oficialistas, y nosotros, los llamados oficialistas, somos los que seguimos el rastro problemático de los pensamientos independientes que habitan la trama crítica de este momento político!

Fuertes organizaciones planetarias, poderosas gerencias de material simbólico universal, asistidas por los hechos indetenibles de una lengua interna al capitalismo de imágenes, componen la gramática profunda de la época. El Ser Oficialista Real.

Hay un oficialismo de época. Se hospeda en el lugar del “opositor”, con sus gallardetes morales, su invocación de las libertades, pero protegido en su gabinete de “fierros mediáticos” y munido de las nuevas retóricas de la derecha. Puede ser hasta “progresista”, pero su idea del tiempo, del espacio, de la naturaleza, del cuerpo, de la vida, de las imágenes, de la palabra, del espectador, del lector, de la comprensión del arte, de las filosofías del sentido, todo ello es de derecha, esto es, lo que antemano descarta reflexionar sobre sus poderes y soportes, sobre sus subyacentes escaños autobiográficos y, como antes se decía, sobre las condiciones de producción de la existencia.

Esta irreflexión los exonera: no son sospechosos de nada y exhiben las medallas del momento. Autopremiados. Sus roces con pantragruélicos funcionarios estatales son festejados por la platea de hombres huecos, de paja, atornillados a pseudo libertades. ¡Hasta pueden citar a Gramsci! Probablemente nos acusan. Nos ponen frente a lo que habríamos sido –¿entes incontaminados como ellos?–, antes de caer en las fauces del Leviathan.

Sin embargo, permítanme decirles: hay un oficialismo invertido, impalpable, que se llama “oposición” y que pertenece a un almácigo de poderes globalizados. No gobiernan por medios tradicionales sino por los invisibles rezos laicos de una Inquisición que imparte reglas de etiqueta y simbolismos de coerción universal. En cambio, los pobres gobiernos que comienzan a incomodar cuando muchas de sus partes albergan significaciones novedosas y socialmente imaginativas ven desencadenar en su contra la acción mancomunada de un ejército de sabuesos semiológicos del “vigilar y castigar”.

Son ellos los oficialistas de época, que atacan más a los moderados esfuerzos reparadores de los gobiernos populares que a los parapetos de mando total de un tiempo que sienten suyo. Se molestan por el titilante memorial boliviano de Evo Morales o la sincera pasión agonal del ecuatoriano Correa, pero ponen ceño de sentida admiración ante una gárgara amenazante de Prat Gay o algún lance de guionada, arrasadora obviedad de Sor Gabriela Michetti. Saben que allí, en esas puerilidades para sus públicos cautivos, residen verdaderamente los nervios económicos diversificados del horizonte planetario, las mutaciones tecnológicas que producen grandes cuadros de dominación, la fábrica burocrática de las imágenes seriales.

Son ellos, los oficialistas de un pensamiento mundial con sus alas de derecha y de izquierda. El panorama mundial es poco alentador, y en las recientes elecciones europeas triunfó un oscuro pánico y la indiferencia pusilánime. ¿Se podía esperar otro resultado? Se renuevan sorprendentes operaciones simbólicas de control tecnológico masivo, mientras estilos visibles de ópera bufa y folletín embuchan lo político. Escuchen: somos opositores a eso. Emerge una subjetividad amoldada a un mundo restrictivo, vitalmente empobrecido. No obstante, ese mundo destila lenguajes de éxtasis y augurio. Somos opositores a eso. Las grandes metrópolis del planeta, con sus tramas fantásticas de producción y circulación, parecen villarejos feudales en sus moldes estamentales. Somos opositores a eso.

En muchas circunstancias, algunas creencias políticas se refugian en mesianismos y compromisos sacrificiales. Pero como complemento invertido pueden ser también sustituidas por taumaturgos especializados en diseños ideológicos y consumos arquetípicos. Hace pocos días, un candidato de la elección argentina –De Narváez– llamó “mi comercial” a uno de sus anuncios electorales. Somos opositores a eso.

Atroces guerras no son cuestionadas con conceptos políticos, ni con cualesquiera otros del legado crítico universal, sino que se las considera fenómenos naturales. El plasma de violencia que proyectan sobre el resto del mundo y los condicionamientos con los que limitan la política son mansamente admitidos. Somos opositores a eso. Nuevos conceptos restrictivos oscurecen la vida de las poblaciones, pese a que los idiomas culturales recogen universalmente el cántico del individualismo posesivo. Somos opositores eso.

Un neofascismo urbano y rural, con sus antropologías del miedo, pueden solicitar en el mundo europeo a los viejos votantes de las izquierdas proletarias, espiritualmente vaciados. Somos opositores a eso. Aparatosos personajes combatientes surgen en candorosos moldes de luchadores sociales, pero con contenidos que portan el ultimátum neoconservador. En nuestros países representan a las derechas plebeyas de los pequeños propietarios agrícolas, de mentalidad feudalizada. Piden cercos y candados sociales. Son animosos patanes, trabuco en mano; nietos racistas de los que hace un siglo fueron los condenados de la tierra. Somos opositores a eso.

La forma anterior del capitalismo vio envejecer sus actos de dominio sobre la conciencia colectiva. El dominio social puede ser ahora una albúmina sutil de lenguajes que con un trasfondo de masacre se revisten de susurros amistosos. En general, los viejos campos nacionales, laborales, populares y fabriles se tornaron abstracciones que no dejan detectar fácilmente los poderes de los que dependen. Parecen evanescentes al encarnar pesadas formas de control e inspección que se asemejan a aceptables juegos de computación, ya olvidados de las ancestrales temáticas de la emancipación humana. Somos opositores a eso. Nosotros somos los opositores, nosotros podremos refundar la manera libertaria del ser público frente a los oficialistas de época, con todas las voces que a lo largo del tiempo lucharon por una sociedad liberada, entre las que se incluye por derecho propio la marchita, ahora “opositora”, cantada por Hugo del Carril.

* Ensayista, sociólogo, director de la Biblioteca Nacional.

domingo, 10 de mayo de 2009

Doloríada

Es un dolor en pedacitos.

Es un dolor que trae otros dolores, como un diálogo entre perros distantes que se contestan de una casa a otra cuando la noche empieza a caer. El alma como un barrio lleno de ladridos de dolor.

Es un dolor de oruga que teje un capullo invisible. En un descuido, la mariposa asoma por los ojos secos y revela durante un instante fugaz el secreto celosamente guardado: el agujero sin fondo de la tristeza.

Es un dolor antiguo que vuelve cada tanto, como un libro milenario que siempre se reedita con más páginas, revisado, corregido y aumentado, con un prefacio nuevo, con un fárrago adicional de insidiosas e indeseadas notas al pie.

Es un dolor que siempre está ahí, como los bichos bajo la piedra olvidada en el jardín: cuando la piedra se levanta, ellos caminan a ciegas, sin destino, negros y resbalosos, desorientados, desprotegidos, destechados de repente, en un zigzag frenético, en torpe búsqueda de una nueva oscuridad.

Es un dolor que se adormece de repente y desaparece hasta nuevo aviso, como si no dejara huellas, como si no hubiera estado nunca. Hasta nuevo aviso.

jueves, 26 de marzo de 2009

El humo y la nube


En el paisaje distraídamente misceláneo de Buenos Aires, la diagonal norte se complacía en su pareja elegancia edilicia. De repente, una de las cúpulas variopintas que coronan la línea de construcción empezó a arder como si ése fuera su sino. El humo negro quería tapar una nube, y en su pretensión de fundirse con ella hacía estallar partículas de un luminoso violeta. La belleza del enfrentamiento, lejos de ocultar el drama que se proyectaba en el cielo, ponía de relieve la incompatibilidad de ambas materias gaseosas. La nube se veía más blanca y más prístina, porque su belicoso compañero le otorgaba el beneficio de la diferencia. Esa nube era ahora única entre todas las nubes del cielo; era la nube que soportaba impávida los embates del humo, la nube hacia donde se dirigían todas las miradas de los desprevenidos peatones.

No parece ocurrir lo mismo con otras cortinas de humo. Hay mucho ciudadano de a pie que está demasiado ocupado para ver la nube. Ocupado en repetir fórmulas que se derrumban con el análisis, en ignorar contextos históricos y comparaciones empíricas, en cuidar fáciles discursos instalados para no tener que tomarse el trabajo de desandarlos, en indignarse para aventar quién sabe qué frustraciones que nada tienen que ver con el objeto de su ira. Hay mucho ciudadano de a pie que sólo tiene ojos para el humo.

viernes, 13 de marzo de 2009

Etimología de un agravio

Hasta hoy suponía que lo que más me espantaba de esas pancartas que dicen puta montonera era la mezcla (tan extendida en los tiempos que corren) de gorilismo hueco, misoginia envidiosa cristalizada en sentido común (tanto que hasta es bandera de algunas mujeres), distorsión negadora y demonizadora de la historia reciente, banalización inconmensurable de los argumentos políticos e ignorancia furibunda de conceptos tan básicos como los de acción de gobierno, sentido del estado, reflexión sobre contenidos y cosas por el estilo. Que puta pueda decirse de una mujer que asume un rol público, agraviándosela a ella y también a las mujeres que ejercen el mentado oficio (porque el nombre de su oficio se convierte en agravio), que un término doblemente histórico como montonera, sin mayores explicaciones, se escupa como insulto, y que quienes han adoptado el flamante agravio ni se molesten en explicar en qué consiste o a qué apunta, porque dan por sentado que la frasecita ya es de por sí un agravio.
Y no era eso no. Bueno, sí, era, pero había más. Y es que el agravio no es nada flamante. Y yo lo sabía, pero no lo había pensado tanto por ese lado, sobre todo porque en estos días lo oí también de pichoncitos todavía muy influenciables por su entorno, un entorno- mediático familiar que sigue haciendo mella en la selección o el resultado de sus lecturas y obtura la reflexión que deberían disparar sus incursiones en el mundo. Distraída por tales preocupaciones había pasado por alto que la frase es exactamente la misma que usaron antes otros como agravio, y que esos otros no eran tan otros. Que la usaron en lugares insondablemente tenebrosos adonde arrojaban a hombres y mujeres a quienes habían arrancado del mundo –el mundo donde el sol sale todos los días y a la mañana uno se prepara mate y sale a tomar el colectivo; el mundo donde uno se encuentra con amigos en un bar para tomar un café o aplaude al asador mientras se zampa un tinto– para disponer de ellos a voluntad y decirles cosas como puta montonera, picana en mano, habiéndose arrogado la extraña misión de ser guardianes de un orden de cierta clase que ellos llamaban (y por lo visto, encarnados en otros actores sociales, siguen llamando) el orden. Y me pregunto si el chiquito de rastas rubias que se siente rebelde o se piensa al comienzo de su desarrollo intelectual tiene una remota idea de cuál es el origen histórico del agravio que escribe junto al nombre Cristina, casi a modo de chiste, en su msn.

jueves, 19 de febrero de 2009

Pelotita preocupada

Sin caer en maniqueísmos de utilería, ver los afectos en términos de elementos. En un extremo teórico, el amor concebido como material poroso o gaseoso o acuático; en el otro extremo, también teórico, el odio como superficie vidriada o rocosa o cortante; en el medio, los afectos reales, los que combinan materias y elementos varios. Y pensarlo bien y ver que los extremos no son tan teóricos, que nos movemos entre ellos como pelotita de pin-pon (teórica, claro está, una pelotita teórica que rebota tanto en el aire como en la piedra). Pero la pelotita teórica que suscribe, imperfecta como es, se está empelotando de la atmósfera de piedra que parece preferir la pelotita teórica media. La pelotita teórica que suscribe está harta de las pelotitas teóricas criticonas de oficio, quejosas de hábito, malpensadas de puro no querer pensar. Y está preocupada porque, de sólo considerar estas cosas, le agarra una cosa como de vidrio, de roca o de filo cortante, y eso le complica la vida porque prefiere flotar, permear y sumergirse, aunque sea en la pelopincho del patio a temperatura ambiente.

viernes, 6 de febrero de 2009

Pase de factura

Ella le dijo ¿En qué quedamos?, y tras esas exiguas palabritas se cernía algo así como un tango (que, como todo tango, encerraba algunas exageraciones un poco extraviadas, todas basadas en una suerte de verdad aceitosa). El tango decía –hubiera dicho– más o menos así:


Y yo quiero decirte

que ese fuego exaltado que incendiaba ciudades,

que incineraba barcos y bosques y casas;

ese fuego bendito, ese fuego del caos

que quemaba todo lo que yo tocaba,

lo metí en un cuartito,

como vos me pediste,

el cuartito del fuego,

el cuartito feliz,

adonde entro cuando tengo suerte y ganas.

Entonces, no me insistas ahora,

no preguntes por él,

no hables de ese fuego

como con nostalgia,

no me mires en busca de un ayer que no existe,

no suspires de anhelo por aquella incendiaria.

Cuando quieras, entramos al cuartito del fuego,

al cuartito feliz, con suerte o con ganas,

y después retomamos, como de costumbre,

la tan ponderada vida cotidiana.

viernes, 23 de enero de 2009

Postales habladas


Cuando yo no estoy estás y cuando te busco no te encuentro, dice él en el teléfono. Y sí, ése es nuestro sino. Sino sí sí y sino no no. Para los argonautas de la ciudad, la vida se divide en encuentro y desencuentro. Es por eso que sólo el argonauta juega al desencuentro, y es por eso que sólo el argonauta ha saboreado de veras la médula deliciosa del encuentro.

Hay tormentas apilándose sobre el río, dijo un gringo de los buenos con la poesía inigualable del que hace correr una lengua nueva sobre el cauce de su lengua nativa. Y sí, las tormentas estaban apilándose sobre el río. Y todos en ese grupo anduvimos pateando latas en los calores de enero, sin un cobre en el bolsillo pero con el oro de tenernos.

Uno era discretamente ejecutado, con un poco de vergüenza y mucha precisión, dice el Meursault de Camus con la arrasadora honestidad del que no recurre a las pequeñas hipocresías cotidianas ni siquiera para salvarse de la guillotina, porque hace rato ha comprendido que es siempre yo el que muere, ahora o dentro de veinte años.

viernes, 16 de enero de 2009

Cotidiano

Días de calor, trabajo intensivo y torpezas.

La torpeza de chocarse el codo con el marco de la puerta y derramar el agua,
de dejar caer cubitos al suelo al vaciar la cubetera,
de tipiar una eñe en lugar de un acento, y escribir cosas como anñalisis de teorñias ñeticas,
de golpearse con ganas el dedito del pie contra algún mueble,
de cortarse la yema del dedo en la cocina.

La maña infinita de haber terminado por fin de traducir este bendito libro.