domingo, 11 de octubre de 2009

Endominguecer de una semana agitada


La jornada del viernes fue épica. Amanecer en el Congreso con una banda de compañeros multigeneracionales y felizmente trasnochados me recordó bellos instantes de los ochenta, pero en realidad no tuvo precedentes biográficos porque el aguante y el festejo se apoyan ahora en una tierra considerablemente más firme. Poguear el himno después de escuchar a Pichetto, ovacionar a Mariotto entre medialunas y cruzar la plaza ya de día con la troupe restante, que llenaba un bar nada pequeño, no tuvo –como decía una de las publicidades más delicadamente capitalistas de los últimos tiempos– precio.
Al día siguiente, dormí y trabajé a intervalos irregulares para terminar el día con una delicia a la parrilla en grata compañía. Lamentablemente TN seguía ahí, así que no me privé de regodearme con el goce en el sufrimiento de unos breves pantallazos, entre siestas extemporáneas y tecleado. Hoy endominguezco tranquila. La felicidad no inspira la pluma del neurótico y la semana que viene será otra.

lunes, 24 de agosto de 2009

Golazo almafuertino



El viernes pasado estaba tan oficialista que casi miro un partido de fútbol, yo que sólo miro los partidos de Argentina en los mundiales. Cierto es que supe detestar el fútbol cuando intentaba tallar a los hachazos mi identidad femenina, quizá movida por la envidia que me despertaba el fervor de sus seguidores. Pero hace tiempo que lo considero el deporte más lindo (el único en mi caso) para mirar por TV (aunque sólo lo mire en buena compañia...). Y me importa que se pueda mirar por TV porque me importa que le importe a tanta gente y, además, ese entusiasmo fervoroso que antes me despertaba envidia de algún modo se me contagia. Pero lo que más me gusta de esta nueva y espectacular medida del gobierno es que una vez más se ha puesto en evidencia esa impronta almafuertina del peronismo kirchnerista. Así dijo Almafuerte:

¡AVANTI!

Si te postran diez veces, te levantas
otras diez, otras cien, otras quinientas:
no han de ser tus caídas tan violentas
ni tampoco, por ley, han de ser tantas.

Con el hambre genial con que las plantas
asimilan el humus avarientas,
deglutiendo el rencor de las afrentas
se formaron los santos y las santas.
Obsesión casi asnal, para ser fuerte,
nada más necesita la criatura,
y en cualquier infeliz se me figura
que se mellan los garfios de la suerte…
¡Todos los incurables tienen cura
cinco segundos antes de su muerte!

No te des por vencido, ni aun vencido,
no te sientas esclavo, ni aun esclavo;
trémulo de pavor, piénsate bravo,
y arremete feroz, ya mal herido.
Ten el tesón del clavo enmohecido
que ya viejo y ruin, vuelve a ser clavo;
no la cobarde estupidez del pavo
que amaina su plumaje al primer ruido.
Procede como Dios que nunca llora;
o como Lucifer, que nunca reza;
o como el robledal, cuya grandeza
necesita del agua y no la implora...

A la cobarde estupidez del Cobos… perdón, del pavo, y de tanto exégeta unidimensional del mensaje de las urnas; a tanta afrenta rencorosa de patrones de estancia habituados a salirse con la suya que se llenan la boca con la palabra pobreza pero paran el país antes de largar un cobre, de tanta clase media que siempre supo escandalizarse porque en las villas había antenas de televisión, de tanto político que históricamente ha amainado el plumaje ante el primer ruido y de tanto alarmoperiodista que cacarea palabras de más y palabras de menos desde supuestas cornisas a horas supuestamente clave, el gobierno, sacudiéndose el polvo de la ventiochojotésima caída, les ha metido otro golazo de aquellos. Y de taquito. Segundo tiempo, el jueves.

domingo, 9 de agosto de 2009

El gorila ofendido


El gorila se ofende cuando se canta en público la marcha peronista. Pero no es ese el rasgo más peculiar del personaje en cuestión. Lo más inaudito es su acérrima convicción de que le asiste un derecho irrenunciable a ofenderse y a pedir justificaciones cuando suena el insuperable hit de la política argentina. Si no, no se vería al acartonado Aguinis entregándose con tanta presteza a la derrota en un debate televisivo por insistir en que se le brinde una explicación tan absurda.

Yo vengo de una familia gorila. El gorilismo familiar tuvo un acontecimiento fundante: mi abuelo materno, un personaje entrañable por su inteligencia, ingenio y sentido del humor, al parecer estuvo preso durante uno de los primeros gobiernos de Perón. Creo que en mi familia nadie sabe o recuerda si mi abuelo estuvo preso un ratito, unas horas, unos días o un mes. Y también creo que a nadie le importa mucho, porque el acontecimiento fundante es apenas una excusa, un marco propicio adonde acomodar un ideario que de otro modo no resistiría el análisis. De todas formas, el gorilismo de mi abuelo es el único de la familia que, sin compartir, siempre he respetado. Mi abuelo odiaba a Perón porque odiaba a los militares, y en Perón veía a un militar que había sabido ganarse al pueblo. Y un militar, en el contexto ideológico de mi abuelo, no podía significar nada bueno. Creo que de no existir ese sesgo entendible por el horizonte de época, esa generalización que se funda en un argumento más o menos razonable, mi abuelo habría sido un magnífico peronista. Un Aníbal Fernández de los cuarenta.

Cuento que vengo de una familia gorila porque ese entorno temprano me proveyó de invaluables herramientas para comprender un aspecto fundamental de los sucesos argentinos. Conozco al dedillo y desde adentro, por haberlos mamado desde mi más tierna infancia, los "argumentos" gorilas. Y si bien desandar la tradición gorila fue una tarea ardua y prolongada, puedo decir que finalmente lo he logrado, y que los últimos tiempos tuvieron la infinita amabilidad de proporcionarme el último y definitivo empujón.

Cuando vi a Mr. Pretentious Aguinis emperrado en su infantil autoderrota, recordé algunas discusiones pertinentes con amigos gorilas que la vida, no contenta con la instrucción temprana que me había brindado, supo regalarme más tarde con gran generosidad didáctica. Es difícil discutir con los ofendidos en general, he de decir, pero con éstos lo es aún más, porque el sentimiento de ofensa les llegó con la leche de la teta materna. Y ese alimento, ya lo contaba antes, o bien se resiste con uñas y dientes a la excreción final, o bien se asimila y pasa a formar parte del organismo. Además, la situación inversa, es decir, la actitud de un peronista que escucha la marcha radical, por ejemplo, en un restaurante o una oficina, suele ser la risa, la sorna o el afán de lucirse con la marcha propia, que le gana por goleada.

Una de las amigas que mencionaba antes terminó por reconocer que la larga, represiva y sangrienta proscripción del peronismo, precedida de indefendibles bombardeos, restaba toda legitimidad argumentativa a su sentimiento de ofensa. Si quería ofenderse podía hacerlo, pero ya no contaba con argumentos honestamente válidos que sustentaran su posición. Por suerte, no todos los gorilas son cristovencedores, y a algunos incluso les da cierta cosita saberse del lado de quienes emplean conceptos de tanta banalidad o cinismo teóricos como los de "tirano prófugo", "aluvión zoológico" o "esa mujer". Decía entonces que esta amiga debió deponer sus argumentos. Y sí, por mucho que le pese a ella o a cualquier otro gorila, el antiperonismo es fundamentalmente un sentimiento. Y andá a defenderlo si podés.

viernes, 7 de agosto de 2009

La palabrita



clarín
(De claro).

1. m. Instrumento musical de viento, de metal, semejante a la trompeta, pero más pequeño y de sonidos más agudos.

2. m. Registro del órgano, compuesto de tubos de estaño con lengüeta, cuyos sonidos son una octava más agudos que los del registro análogo llamado trompeta.

3. m. Persona que ejerce o profesa el arte de tocar el clarín.

4. m. Tela de hilo muy delgada y clara que suele servir para vueltas, pañuelos, etc.

5. m. Mil. Trompeta pequeña usada para toques reglamentarios en las unidades montadas del Ejército.

6. m. Chile. guisante de olor.

~ de la selva.

1. m. Méx. Cierta ave canora.


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martes, 21 de julio de 2009

El fantasma del patriarca

¿Por qué habrá pegado tanto, pero tanto, el discurso anti-Cristina? No quiero hablar aquí de quienes ya se sabe que dicen A, B o Z porque tienen X intereses. Tampoco quiero negar la necesidad de hacer autocrítica, porque autocrítica hay que hacer casi siempre, y especialmente en momentos críticos.

Hoy quiero hablar de otras cosas, menos coyunturales, más viscosas y profundamente ancestrales. Quiero hablar del treintañero JM que cree que los montoneros son una organización actual liderada por el profesor Neurus. Quiero hablar del taxista prototípico, intoxicado de Radio 10. Quiero hablar de la doña Merceditas que blande el cartelito de puta montonera. Quiero hablar de la rubia del colectivo lagente que se inventa un barbijo con el cuello rosa de la polera apenas estornudo detrás de ella en la cola del 55. Quiero hablar de alguna gente querida que no ha elegido desandar el gorilismo familiar.

Y quiero hablar de algo que subyace y sostiene esta mescolanza que se embarulla en la vida cotidiana: quiero hablar de los patriarcas que han superado en supervivencia a la cucaracha, pero también, y especialmente, de las mujeres que han absorbido, producido y reproducido el discurso del patriarca, que lo difunden en línea horizontal y descendente, que lo encarnan con furia y lo defienden como el último bastión de la dignidad que han sabido conseguir.

Estoy hablando de hombres que azotan y truenan por frustración y temor y de mujeres que odian y envidian por temor y frustración. Estoy hablando de algo que, junto a la ignorancia voluntaria, ha sido un componente fundamental en la consolidación del gorilismo autóctono y la zoncera del medio pelo.

Sí, un fantasma recorre la Argentina: es el fantasma del patriarca. Detrás de muchos discursos irreflexivos, epidérmicos, químicos y de florecimiento espontáneo habla ese fantasma, vivo y robusto ya bien entrado el siglo veintiuno, para determinar qué mujeres pueden intervenir en los destinos del país y cómo deben hacerlo.

Esa mujer tendría que haber aprendido de la Gabi, que no intenta expresar sus convicciones con palabras y hechos contundentes sino que se abre paso a puro mohines de chica frágil, insospechados de haber tomado contacto con el barro indeleble de la política (que en el fondo sigue siendo cosa de hombres). Tendría que haber aprendido de la Carrió, que puede ser odiosa y –ella sí– soberbia, porque encaja con uno de nuestros arquetipos favoritos, el de la bruja chupacirios, y de última, dada su performance hilarante, si no jugara para nosotros podríamos tildarla de loca y asunto concluido. Tendría que haber aprendido de la Chiche, que hace gala de su obediencia conyugal, como corresponde a toda mujer y en especial a la mujer de un capanga. Tendría que haber aprendido de la Merkel, que por lo menos es "uropea", compra tanques para que juguemos a la guerra y se viste decentemente como un señor. Tendría que haber aprendido de la Bush, que difunde el ideario de quedarse en la casa como corresponde a una dama. Pero no aprendió, y ahora a los patriarcas de la patria nos resulta más fácil darle su merecido. Porque si hay algo que manejamos (y compartimos) bien, es la nunca bien ponderada idiosincrasia del argentino medio.

Esa mujer –a una mujer que molesta ustedes le dicen "esa mujer"–, esa mujer es un lujo, señoras y señores, y no es el primero que nos damos, como ustedes bien lo saben.

Les hizo salir las entrañas por los ojos cegados de odio ancestral y macho (a ustedes, chicas obedientes, también). De ahí la fábula urgente del doble comando.

Los surtió con un cross a la mandíbula y un bello carterazo vouitton de peronismo auténtico. De ahí la insistencia en la coquetería y los accesorios.

Los hizo sentir un porotito de soja, y no en el sentido de lo que vale el porotito en el mercado. De ahí los epítetos clásicos para etiquetar a las descendientes de Lilith.

Lástima que les haya salido tan bien eso de sintonizar con el goce de lagente. Y lástima que, con su último hallazgo, el de la flamante pospolítica millonaria, también les haya salido tan bien eso de sintonizar con el goce popular. Goce este último que, vaya uno a saber o sepa uno bien por qué, en los tiempos que corren ya no parece ser – mayoritariamente– el que en otro tiempo fue.

viernes, 17 de julio de 2009

El hombre resbaloso (lo que escribí aquella madrugada)

*
A eso de las cuatro y veinte, el hombre resbaloso, el hombre-cobos, bifronte como Jano, tembló frente al micrófono. Su respiración se oyó en cientos de casas y en un par de plazas, amplificada por la avidez de una madrugada tortuosa.

No se animaba a decir la maldita palabra (y no la dijo: apenas la tradujo en un rodeo amedrentado) que muchos dicen lo instaló en la Historia. Y lo instaló en la Historia, sí, pero en la misma historia de siempre, sólo que con un poquito más de espectacularidad... prestada.

Sí, todo era prestado: la espectacularidad, el momento histórico, los 15 minutos de fama. Si el hombre hubiera tenido algo azul, su boda sáurica se habría imbuido también de buenos augurios. Porque algo nuevo tenía (reinstalaba lo viejo con una nueva estacada) y tenía mucho del usado, recalcitrantemente renovado, exultantemente viejo destino de estos parajes. (Ahora que lo pienso, seguramente el traje era azul. Claro, quién se iba a fijar en el traje. Si el hombre hubiera sido Cristina, alguien se habría fijado en la cartera.)

En otro lugar de la ciudad, unos gordos de atuendo caro y estudiadamente autóctono confundían himnos nacionales con mojigatos avemarías y defensa de la cuenta bancaria con heroísmo cívico. Los gordos se abrazaron como quien festeja el final de un campeonato reñido. Habían ganado por penales con la complacencia del arquero contrario. Habían ganado lo que nunca, por esas putas malsanidades de la historia, terminan de perder.

*La imagen es de Derek Dice

jueves, 9 de julio de 2009

La gripa civiliza

Viajaba yo ayer en un subte A signado por su letra escarlata, semivacío, casi escandinavo, donde nadie se empujaba y todos obedecían a la nunca bien ponderada consigna rutera de CEDA EL PASO. La cantidad de barbijos era discreta, apenas dos, modelo rígido –de esos que dan cara de chanchito– llevados por madre e hijo respectivamente, malentendido en cierto modo comprensible. Mientras la madre hablaba por teléfono, el nene –¡horror!– mordía la cara infectada de su implemento protector, porque los niños juegan, o bien se resisten a las medidas sanitarias de intepretación errática y paranoide por parte de una ciudadanía proclive al susto. Fue un viaje agradable que me permitió leer y hasta subrayar con lapicito.