viernes, 29 de febrero de 2008

Paraíso

Pasa el tiempo y es como despertarse y ver las cosas tal como son: no tanto (o ningún) brillo en lo brillante y no tan oscura la supuesta oscuridad. Como la segunda vez que se entra a un lugar que la primera vez fue un ensueño. O como cuando se descubre un rictus horrendo en esa cara que parecía tan hermosa o una súbita belleza en la que parecía tan olvidable. Vivir el presente con las epifanías del futuro no tendría quizá tanta gracia, pero al menos amortiguaría el sufrimiento. Por suerte llega un momento en que uno aplica el saber acumulado. Contra lo que tanto se dice en un absurdo afán de defender el invernadero del romanticismo, la pérdida de la inocencia es hermosa y el endurecimiento, el verdadero paraíso.

domingo, 24 de febrero de 2008

Domingo porteño

Salgo de una noche de amor desamorado con esa canción que me da vueltas en la cabeza desde ayer. Camino un poco por la avenida. Consigo uno de esos taxis de puerta corrediza. Busco el diario en la esquina de casa, rito dominical innegociable. En el contestador suena la voz de mi sobrino, hombrecito predilecto si lo hay. La noche fue larga, espesa y agridulce, con voces exaltadas y sustancias que conjuran un éxtasis fugaz, con subidas y bajadas de montaña rusa. La noche se extendió hasta bien entrada la mañana. El día me recibió con el sol en el cenit. Voy a trabajar hasta que vuelva el sueño, o hasta que el lunes restablezca la ilusión del tiempo ordenado.

sábado, 23 de febrero de 2008

Segunda soltería

Otra cena más con amigos. Otro día donde todo está por acontecer. Cada ring del teléfono puede traer una voz comercial o una voz amorosa. Es dulce la segunda soltería. Brindo por estos años venturosos.

lunes, 18 de febrero de 2008

Berlín según Kracauer

"Es dulce, sin duda, el apremiante deseo de practicar la flanerie (...). Por desgracia, resulta muy difícil trasponerla a Berlín. Nuestra arquitectura es mortalmente dinámica: o bien se dispara en línea perpendicular hacia arriba sin que nada la detenga, o bien busca anchura en la horizontalidad. Y las calles... Si pienso, por ejemplo, en la Kantstrasse, me sobreviene de inmediato un deseo irreprimible de correr sin parar hasta su punto de fuga, que seguramente queda en algún lugar del infinito, cerca de la Casa de la Radio."

Sigfried Kracauer, "Ein Paar Tage Paris" (1931)

martes, 12 de febrero de 2008

De xenofobia, sabores y dietas

En mi prejuiciosa ciudad, muchos suelen acusar de ladrones a los peruanos, como si el robo fuera un acto extrapolable del complejísimo entorno urbano, ajeno a otros aspectos del sistema y factible de ser atribuido a supuestas características fijas de la nacionalidad. En esa absurda estereotipación caen incluso algunos integrantes de mi entorno más querido, azuzados por leyendas xenófobas que recorren las calles y van agrandándose como avalanchas de chisme y sospecha. Digo esto ahora porque hoy al medodía, una vez más, me vi envuelta en uno de esos debates ingratos.

Pero hoy al mediodía también me sumergí, como suelo hacer de vez en cuando, en otra experiencia relacionada –en este caso, sin discusión– con mis queridos compañeros de continente. Y quisiera "acusarlos" de una característica que sí es atribuible al terruño nativo: la gastronomía. Sí, la comida que sirven en los restaurantes peruanos de mi ciudad es absolutamente deliciosa. ¿Me dirá alguien alguna vez cuál es el condimento excelso que le ponen al seco de frijoles? O bien, ¿cómo logran ese amarillo irresistible del ají de gallina? ¿Y el sabor afrodisíaco del cebiche? ¿Y la fuerza volcánica de la sustancia?

Los hipotéticos (y en su mayoría inexistentes) lectores de este blog, después de tanto comentario gastronómico –y en muchos casos etílico– jamás adivinarían que estoy a dieta casi rigurosa. Y que la dieta, sin obligarme a renunciar a todos los placeres, está dando resultados asombrosos, con lo cual puedo desmentir otra leyenda virtualmente indiscutida: que poco después de los cuarenta, una mujer difícilmente logre adelgazar.

¿El secreto? Carne argentina magra (un poco menos de morcilla en los asados), frutas y verduras bolivianas, semillas de lino de cualquier origen, mucho más delivery chino que italiano, mucha más agua que vino argentino o chileno (el vino es innegociable), algún escape peruano para compensar, algo de ejercicio (incluido el amoroso, con gente de cualquier nacionalidad)... y tener la suerte de poder pagarse la comida y la bebida en esta selva que nada perdona.

domingo, 10 de febrero de 2008

Inutilísima

Consejos para evitar sufrimientos de morondanga:
  • Borrar el historial. Hay sitios que no deberían visitarse por largo tiempo.
  • Hermosearse. Hermosearse hasta que la molestia haya perdido el último miligramo de sentido.
  • Andar por la ciudad. La ciudad cada tanto desempolva la galera.
  • Cuidar la reserva de fantasías. Nunca sobran.
  • Sólo suspender el asado si se avecina (irremediablemente) el segundo diluvio universal.

viernes, 8 de febrero de 2008

Momentos olvidados

Hora de los pájaros, invariable a lo largo del tiempo. Todo cambia a paso casi imperceptible alrededor de ciertas cosas que permanecen inmutables. Melodías que se repiten con la obstinación autista de un mantra, ajenas a su "ser en otro". Son algunos de los hilos invisibles que parecen dar unidad al ser diacrónico. En esas escalas ciegas resuenan momentos olvidados, cuyo desciframiento se ha ocultado para siempre en la secuencia de notas. En Paraná había una hora de las campanas y los perros, que yo escuchaba desde una casa que ya no existe.

Cena china

Lluvia tranquila y artesanal, sin la explosión inquietante y desquiciada de los truenos. Apago la Mahavishnu porque la noche tiene sonido propio. Por hoy me basta con la compañía de mi lámpara, el estruendo diminuto de las gotas y el murmullo bobo del ventilador. Hoy cada amigo se queda en su casa, dialogando con gatos, amantes o libros. Hoy, cena china con vino de ayer.

martes, 5 de febrero de 2008

A Leo

Noviembre de 2006 - febrero de 2008.
No es ningún aniversario de cuando te fuiste para siempre, pero hoy me acordé de vos. Me acordé de aquel día de noviembre en el subte, cuando volvía de verte (porque todavía estabas entre nosotros) y me inspiraste estas mínimas palabras.

sábado, 2 de febrero de 2008

Homenaje




Sí que era lindo este tipo. Cosa que jamás me hubiera permitido admitir en la época en que daban Piel naranja y una debía responder al entretenimiento banal con una actitud escéptica, desapegada y cool. Hoy estuve mirando un rato el canal retro para descansar de tanta traducción de texto serio, y en esa espléndida cara aindiada reconocí rasgos y gestos de seres queridos que vinieron después (la belleza indescriptible de L., la sonrisa rompehielos de P.). Hoy que no me importa reivindidcar la cursilería de una telenovela u hoy que me sorprendí diciendo "sí que era lindo este tipo", vaya mi tardío homenaje a este ícono de décadas pasadas, el nunca bien ponderado Arnaldito.

viernes, 1 de febrero de 2008

Lava


En el camino, las nubes parecían una estampida de animales suspendidos en plena carrera, como si los hubiera petrificado una ola de lava y sólo pudieran avanzar en su última pose empujados por el viento a velocidad regular de aquí a la eternidad. Nube gris azulada sobre nube blanca sobre cielo azul Francia, y abajo sólo pasto, pasto, pasto, superficies interminables de pasto, un planeta de pasto con alguna que otra coreografía de ganado y arboledas escasas y dispersas.
Cuando llegamos a la quinta también a mí me alcanzó la lava. A la casa parecían haberle caído encima, de una vez y para siempre, sus ciento cincuenta años. Los nuevos dueños le habían sacado la parra, uva dulce en la pata larga de la ele, uva chinche en la pata corta. Le habían sacado todos los árboles y los arbustos y las plantas, y en el medio del parque de pasto semiseco dormitaba, triste y rancia, la huella negra de una fogata reciente. Despojada de su collar de naranjos asomaba la pileta de cemento. Hace una eternidad era enorme, en esos años en que aprendí a nadar y a tirarme de cabeza.
Todo lo que quedaba era un fuerte de ladrillo de barro, ceniciento, vencido, apagado, rendido. Le dije adiós a la casa de mi abuela, la última casa de mi infancia. La van a dejar linda, dijeron.