viernes, 1 de febrero de 2008

Lava


En el camino, las nubes parecían una estampida de animales suspendidos en plena carrera, como si los hubiera petrificado una ola de lava y sólo pudieran avanzar en su última pose empujados por el viento a velocidad regular de aquí a la eternidad. Nube gris azulada sobre nube blanca sobre cielo azul Francia, y abajo sólo pasto, pasto, pasto, superficies interminables de pasto, un planeta de pasto con alguna que otra coreografía de ganado y arboledas escasas y dispersas.
Cuando llegamos a la quinta también a mí me alcanzó la lava. A la casa parecían haberle caído encima, de una vez y para siempre, sus ciento cincuenta años. Los nuevos dueños le habían sacado la parra, uva dulce en la pata larga de la ele, uva chinche en la pata corta. Le habían sacado todos los árboles y los arbustos y las plantas, y en el medio del parque de pasto semiseco dormitaba, triste y rancia, la huella negra de una fogata reciente. Despojada de su collar de naranjos asomaba la pileta de cemento. Hace una eternidad era enorme, en esos años en que aprendí a nadar y a tirarme de cabeza.
Todo lo que quedaba era un fuerte de ladrillo de barro, ceniciento, vencido, apagado, rendido. Le dije adiós a la casa de mi abuela, la última casa de mi infancia. La van a dejar linda, dijeron.



4 comentarios:

Anónimo dijo...

Nada pasa y todo queda.

Anónimo dijo...

O mejor:

Nada pasa y nada queda...

Lola dijo...

Sí, sinprivilegios. Mucho más real que todo pasa y todo queda.
Gracias por romper el silencio.

morgana dijo...

Me diste en el triste blanco del recuerdo familiar.
Son los riesgos de leer: uno puede conmoverse y ya no seguir inmóvil.
Beso movedizo,
M. (de MencantanLosMovimientosDelAdentro)