domingo, 14 de septiembre de 2008

Bellezas de la ironía saeriana

de Juan José Saer, El río sin orillas:


"Espanto y vulgaridad son el patrimonio principal de los aviones. No contentos con llevarnos, a toda velocidad, desde la tierra firme en la que estábamos hasta los diez mil metros de altura, poniendo a prueba la paciencia de sus motores, los profesionales de lo aéreo agravan la situación creyéndose obligados a munirnos de un entorno agradable, que para ellos se encarna en todos los lugares comunes que ha concebido la cultura del ocio: sonrisa estereotipada de las azafatas, voz melosa en dos o tres idiomas del steward, free shop donde se vende a precio ventajoso lo superfluo, visión obligatoria del film que hemos evitado cuidadosamente en los últimos meses, bombardeo –por suerte, casi inaudible en nuestros auriculares de plástico– con las 'mercancías musicales' cuyos mecanismos falsamente artísticos ya desmanteló Adorno hace varias décadas en 'Quasi una fantasia'. En, como se dice, dos patadas, los cuatrocientos pasajeros, orgullosos de adherir a un sistema que preserva la iniciativa individual, arracimados en la cabina decorada según las reglas más pequeñoburguesas del gusto moderno, pasan a ser la materia prima con la que el reino de la cantidad amasa sus acontecimientos descabellados. En los largos vuelos intercontinentales, a estas calamidades hay que agregar la diferencia horaria, el cambio de clima, la fatiga nerviosa, el hartazgo."

miércoles, 10 de septiembre de 2008

Se agradece


Qué cosa, caballero, eso de verlo así, tan alto en las alturas, tan bajo en las bajuras, y en esta vida que es un pasar, un pesar, un pisar o –como bien diría la señora de Gutusso– un albur, un sonsonete, un paraqué y cosas por el estilo, yo más bien me inclino por besarle los pies y otras cuestiones.

Ya lo dijo aquella tarotista, la torre no tiene por qué ser desgracia y en la montaña rusa somos todos iguales.

Por suerte además me quiero sin usted, porque, sepa caballero, yo también tengo la costumbre de andar besándome los pies y subiéndome a tarimas, podios, y también, de vez en cuando, a pedestales.

Pero cuánto más lindo es quererme con usted, como geisha en kimono, como reina de Java, como vieja en la cueva, como niña’e sus ojos.

Tante grazie por los buenos momentos, que son como oro en polvo, como pájaro en mano, como aguja en un pajar, como ojo de la cara.

Y ma fangulo por los malos ratos, que eso es lo que sobra –dicen las malas lenguas– si uno se desencajeta, se mete entre ceja y ceja, entre cales y arenas, entre espada y pared.

domingo, 7 de septiembre de 2008

Estupor


Se queda en silencio, porque pasó algo sordo o ciego o desconocido, y no se aviene a preguntar qué fue. El último diálogo rebota en la memoria como el maullido insomne, ajeno e inexorable de una gata en celo. Eran moras maduras y de repente fueron pedazos de mondongo crudo. Era ambrosía y de repente fue aceite de ricino. Era el frenesí del aquelarre y de repente fue el infierno de la hoguera. Un día era Juana de Arco, y al día siguiente, un esqueleto descompuesto de dolor. Y afuera sigue el mundo, indiferente a sí mismo, a su belleza y su vómito, porque no busca sentidos y simplemente es.