martes, 15 de enero de 2008

Accidentes epifánicos

Un pequeño accidente doméstico con consecuencias molestas, en un medio ambiente a temperatura de sopa con canillas de agua fría que sólo escupen agua caliente y un calor que prospera monstruosamente en la humedad de uno de los ríos más anchos del mundo... Decía, sí, un pequeño accidente doméstico puede producir cambios inmensos y epifánicos si el malhumor que nos provoca toma la dirección adecuada. Los ejemplos abundan.

Dejar de soportar a algún vampiro que ande chupándonos la sangre. Dejar de tolerar las sandeces que dice o hace alguien que por algún motivo indescifrable nos había revolucionado las hormonas. Reírse finalmente con descaro de esa miss o ese mister Perfection que siempre sale con algún preudopsicologismo individualista. Sentar definitivamente en su trono a esos amigos y amantes imprescindibles cuya presencia cotidiana borronea la maravilla de haberlos encontrado. Sí, y ponerse cursi si es necesario. Acordarse una vez más de besar la tierra donde existen los hospitales públicos y gratuitos. Dejar de imaginar que se sufre por amor, cuando en realidad se sufre por heridas al amor propio. Cambiar la dirección del amor propio. Amarse con fiereza de vacuna antitetánica. Cuidarse con regularidad de antibiótico. Lavarse la sangre de las sandalias. Guardar la sangre para transfusiones, y no dejar nada para los vampiros.

1 comentario:

morgana dijo...

Y por las dudas, tener siempre ajo espantavampiros a mano, porque no sé tú, pero yo he sido poco confiable de mi ausente amor propio, entonces he tenido que recurrir a espantavampiros artificiales que apuntalen lo que no puedo hacer por mí misma.
Saludos, M. (de MespantoCuandoNoEspantoVampiros)